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“Habrá quienes piensen que hice un viaje tan largo por vanidad. Lo único que puedo decir es que el que asà lo entienda deberÃa emprender una aventura como la mÃa para convencerse de que nada, salvo un interés natural por viajar y un deseo irrefrenable por adquirir nuevos conocimientos, podrÃa ayudar a una persona a superar las dificultades, privaciones y peligros a los que he estado expuesta”. Ida Pfeiffer
Barcos de vela, destinos trazados como constelaciones, interminables esperas en los puertos, noches al raso o en infectos cobertizos, dunas, glaciares y caudalosos rÃos; bandidos y cortadores de cabezas, danzas tribales de connotación sexual en una isla del Caribe, ritos antropófagos en Indonesia o ceremonias crematorias a orillas del Ganges, salpican un mundo de experiencias inauditas, un mundo solo equiparable a la curiosidad de quien lo contempló. Ida Pfeiffer nos descubre, a veces estupefacta, a ratos consternada, turbada o impasible, que el mundo está lleno de rincones sorprendentes, de ingratas sorpresas y también de recompensas.
La lectura de sus aventuras es un regalo que nos ayuda a comprender que la falta de recursos solo es un obstáculo solventable cuando se decide poner proa al viento y salir al descubrimiento de un nuevo destino o simplemente dar rienda suelta al impulso aventurero que muchos llevan dentro. La mañana de marzo de 1842 en que dejó atrás las grietas y resquebrajaduras de una existencia gris para poner en marcha el mecanismo de una nueva vida, tenÃa 45 años, escaso presupuesto y un mÃnimo equipaje para el largo periplo que se proponÃa realizar y aunque el escenario elegido para su debut viajero estuviera lejos de ser el mas aconsejable, llevó a cabo sus objetivos con la misma parsimonia con la que uno se pasea por una ciudad europea.
Del libro “viajeras de leyenda”